Todos los días, en nuestra ciudad, podemos asistir al ritual de una batalla incruenta. Las huestes se disponen frente a frente, prestos los combatientes urbanos a lanzarse al choque a la señal convenida. Y cuando ésta se produce, tras los instantes previos de tenso silencio, los alaridos de la turba estallan y suavemente se disipan y se funden como las propias mesnadas en la batalla más corta e incruenta.
Cada pocos minutos, este ritual enérgico y pacífico, se repite de nuevo.
Cada pocos minutos, este ritual enérgico y pacífico, se repite de nuevo.
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